Buenas tardes señores pasajeros.
Una vez más aquí estamos de nuevo, a 39 mil pies sobre el Mar de los Sargazos, rumbo a otra ciudad americana, soleada, luminosa y alegre después de unos días de vacaciones que ya necesitaba…
En esos días de asueto me senté ahí detrás: cómodo y haciendo lo mismo que ustedes ahora, aunque con la perspectiva que da el estar normalmente sentado delante. Pero iba, como decía, sentado en mi butaca tranquilamente leyendo de camino a otra ciudad americana cuando decidí acercarme a ver a los compañeros que en ese momento estaban al mando del vuelo, y noté algo.
Recuerdo haber reflexionado sobre esto y conversado con algún compañero al respecto hace años, pero esta vez me llamó la atención ya que yo iba realmente relajado y totalmente desinhibido del vuelo.
Noté en la cara y el lenguaje corporal de los pilotos durante el rato que estuve en la cabina charlando con ellos, una tensión. Lo cierto es que a pesar de lo relajado que a priori parece ser la etapa de crucero, cuando vamos trabajando estamos constantemente encima del vuelo, atendiendo a los parámetros de motor, la navegación, la temperatura de la cabina, la radio…. Un sin fin de cosas que su mayoría tan solo requiere un vistazo a los instrumentos para recabar tal información.
Vamos todo el tiempo controlando lo que pasa, preparándonos para lo que va a pasar y a la vez contemplando posibles escenarios por si las cosas se complican y hay que tomar alguna acción reparadora. Una vez nos ponemos en marcha, ya desde casa al empezar a ponernos el uniforme, nuestra mente entra en un modo que yo llamo «modo avión», en el cual comenzamos a controlarlo todo.
No quiero que me mal interpreten ya que esto, en un lenguaje coloquial, puede hacer parecer a una persona como controladora. Pero es que en este trabajo nuestra misión es la de controlarlo todo para que la operación del vuelo salga bien. Alguien ha de hacerlo y ese somos nosotros.
Al notar esa “tensión” en mis compañeros que yo no compartía, a pesar de ir en el mismo avión que ellos, me recordó el otro aspecto de este fenómeno: la sensación de libertad al estar en «modo tierra».
¿De qué manera afecta esta suelta de las riendas al bajarnos del avión en nuestras vidas cotidianas? Estoy seguro que hay estudios al respecto, pero en mi caso y en el de los amigos con los que he hablado al respecto, coincidimos en que, al margen de las responsabilidades que como personas en sociedad y familia se nos presuponen, solemos disfrutar bastante de esa libertad que conlleva el no tener grandes compromisos entre manos cuando estamos en tierra.
Solemos ser meticulosos y perfeccionistas en todo aquello en lo que nos involucramos, ya sean obligaciones cotidianas o hobbies. Algo de ese modus operandi se arrastra obviamente al lado humano de nuestras vidas, pero también abre la puerta a la libertad que da el sentimiento de no tener tanta responsabilidad entre manos al apagar el avión.
Con esto no quiero decir que nos convirtamos en unos “desordenados e irresponsables”, pero si que disfrutamos de que las cosas nos salgan bien y como nos gustan que salgan. Desde una Paella hasta con qué perfección conseguimos que nuestra maqueta de P-51 realice un looping frente a nuestros hijos. El constante cambio de horarios hace que disfrutemos de unos tiempos muy diferentes y unas rutinas muy diferentes que, unidas a esa libertad, incitan a cualquier posibilidad de ocio con amigos o en soledad.
… Y aquí seguimos sorteando la cresta de algunos cúmulos, a una hora de nuestro destino, donde hace un calor importante unido a una humedad alta.
Llegaremos en hora a pesar de haber salido tarde de Madrid por el problema que hubo con los controles de la Policía.
El avión se está comportando magníficamente y todo está saliendo según planeado, como se pueden imaginar, gracias al «control» de los que aquí estamos.
Disfruten de lo poco que queda de vuelo, y espero volver a verles pronto.
Muchas gracias.


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