La aviación vista por un aviador

HUMILDAD

Buenas tardes señores pasajeros.

Sentado aquí en mi butaca, y mirando por la ventana mientras rodamos hacia la pista de despegue con un solo motor, para ahorrar combustible y horas de mantenimiento, observo cómo hay delante de nosotros siete aviones para despegar.

Nuestro copiloto de hoy es relativamente nuevo en la flota, éste va a ser su décimo cruce del Atlántico, y lo noto algo tenso, pero es lo normal.

Yo, en cambio, me siento como siempre. Disfrutando de hacer que este vuelo sea el mejor que podamos ofrecerles. Después de que despegue el avión de American le diré a nuestro compañero que se encargue de encender el otro motor, y así nos dará tiempo para hacer los últimos chequeos y que se estabilicen los parámetros antes de pedirles potencia para el despegue.

Esta es una labor de sincronizar los tiempos para que todo salga según “yo” quiero.

Y si, suena soberbia esta frase, esta forma de verlo: “Como yo quiero”. Y es que ha de ser así. En esta organización, que es la tripulación, hay siempre un líder o jefe que hoy soy yo. Todos esperan de mí que marque los tiempos, sus tiempos. De manera que cada uno pueda hacer su trabajo bien y en forma.

Esta “soberbia”, está ahí cada vez que me pongo el uniforme, cada vez que vengo a volar. Me acompaña en mi forma de ser dentro y fuera del avión. ¿Me convierte esto en una persona prepotente y soberbia? Espero y creo que no.

Hace ya muchos años un buen amigo y compañero me enseño una frase que siempre tengo en cuenta: un buen piloto es aquel que es el más controlador y soberbio con la máquina para volarla y controlarla siempre, y en especial cuando las cosas se complican y se salen de madre, y a la vez un buen piloto ha de ser el más humilde y noble como para saber reconocer sus errores rápidamente, superar el sentimiento de fracaso y sus consecuencias, e inmediatamente tomar cartas en el asunto solucionando el error.

La moraleja venia acompañada de una situación real: despegando con un avión cargado y pesado de dos motores se nos paró uno de ellos justo al subir el tren de aterrizaje porque entró un pájaro. Sin pausa hay que seguir volando, no dejar que el avión desvíe su trayectoria y haga lo que le dé la gana. Yo soy el piloto y yo lo controlo, lo separo del suelo y lo llevo donde YO quiero. No dejo que el pánico, ni las alarmas del avión, me despisten de mi principal trabajo en ese momento que es: volar el avión.

Una vez conseguido esto hay que asumir la situación y repasarla en la mente con humildad, sabiendo reconocer que quizás no lo hice tan bien como podría haberlo hecho. Siempre hay margen para la mejoría, pero a la vez hay que seguir volando, asegurar el motor fallado, recuperar los sistemas afectados, avisar a control, a la compañía y al sobrecargo… y finalmente aterrizar de nuevo. Todo esto en equipo, con los otros pilotos, con destreza y calma. Hay muchas cosas que hacer. Y muchos las posibilidades de cometer un error.

… Pues aquí estamos ya con ambos motores en marcha, todo listo y preparado para partir pendientes solamente de la autorización. En mi cabeza suena “Kashmir”… la adrenalina pasea por mis arterias libremente. Ya nos vamos.

Pero no se preocupen que esta actitud, este “subidón”, es necesario en estos momentos por si acaso, cuando el aterrizaje no me sale todo lo suave que yo quiero, me asaltara la humildad de nuevo y el equilibrio de las fuerzas será restablecido. No es que estemos todo el vuelo en tensión, pero en las fases de despegue y aterrizaje estamos realmente atentos y en alerta ante todo.

Buen vuelo y gracias una vez más por elegirnos.

 

Si te ha gustado, déjame tu mail y recibirás un correo con un aviso cada vez que publique una nueva entrada al Blog.

Volver

Se ha enviado tu mensaje

Advertencia
Advertencia
¡Aviso!

Deja un comentario