Muy buenas noches señores pasajeros.
Son las 8 de la mañana en España, pero aquí deben ser las 3 de la madrugada. Es de noche y está realmente oscuro ahí afuera. Tan solo se ve una pequeña y fina línea de luces que se acerca al avión poco a poco.
Hace unos minutos pasamos por San Fernando de Noronha y Natal está a nuestra derecha, mientras seguimos hacia Recife. Pernambuco es la provincia del noreste de Brasil y, como todo en este país, es inmensa.
La calma de estos momentos siempre me conmueve: tras unas casi 8 horas de vuelo en las que prácticamente no hemos visto nada más que algunas islas y nubes, ahora las estrellas lo cubren todo, porque la Luna está muy lejana en el otro horizonte y la oscuridad es total. Allá abajo millones de personas comenzaran sus días en un ratito, mientras desde aquí los dos pilotos disfrutamos de esta Paz y tranquilidad.
El avión ni se mueve, y detrás ustedes duermen en su gran mayoría. Las luces de Recife brillan marcando la línea de la costa, y me parece mentira poder disfrutar de esto dadas las circunstancias. Llevo sin volar más de 15 días por el dichoso virus, y desde hace unos días estaba inquieto por las terribles ganas que tenía de volver a estar aquí junto a todos ustedes.
Hace poco fui como pasajero en un vuelo dentro de España, y cuando estaba en la puerta de embarque viendo las caras de mis compañeros de viaje, empecé a hacer un ejercicio mental de búsqueda del pasajero al que no le gusta volar, el que pasa miedo y tiene mucho respeto o temor por el vuelo. Creo que encontré algunos, pero no les dije nada porque las posibilidades de equivocarme son muy altas ya que no es lo mío.
Pero si que procuré ponerme en su situación.
Una vez ya sentado dentro del avión, intenté llenar mi mente de todas esas cosas que me han dicho muchos de ustedes que no les gusta volar, de todos esos miedos, preguntas y suposiciones. Lo cierto es que empecé una conversación con ese otro “yo miedoso” que consistió en que él me preguntaba cosas y yo le contestaba. Fue un ratito a solas con un pasajero imaginario, sentado a mi lado, y que tenía mucho miedo.
Y es curioso como ante todas sus preguntas había respuesta, había una razón del porqué pasaban las cosas, los ruidos tenían todos un significado. Cuánto me gustaría poder reunirlos a todos en el avión y demostrarles lo simple que es todo, a pesar de lo tecnológicamente complejo que es el fenómeno del vuelo de estos grandes aviones.
Comenzamos a ver en la lejanía las luces de Petrolina y Salvador de Bahía, mientras seguimos de camino a São Paulo. Este país en muy grande, se mire por donde se mire. En la radio el controlador no para de hablar con algunos aviones de compañías europeas, pero también con aviones locales y en brasileño, cosa rara pero que agradezco ya que es un idioma que me gusta mucho, aunque sea solo para decir números por aquí.
El viento en cara ha sido la normalidad durante nuestro vuelo hoy y aún así al mirar por la ventanilla veo pasar las luces de las ciudades a gran velocidad a pesar de que estamos a más de 11 kilómetros de distancia. En cambio las luces de las estrellas no se mueven, ahí están durante todo el vuelo y parece hasta que nos observan desde muy lejos, ajenas a esta pequeña luz que se mueve sobre el planeta azul.
Minúsculos como somos, disfrutamos de estos placeres.
Aún nos quedan 20 toneladas de combustible y según nuestros cálculos estamos ahorrando poco más de 1 tonelada sobre lo previsto. Llegaremos unos 10 minutos tarde ya que en los últimos momentos del embarque nos faltaban algunos pasajeros y tuvimos que bajar sus maletas del avión cosa que consume algo de tiempo y nos hizo salir con algo de retraso, el cual estamos reduciendo ya que hemos aumentado un poco la velocidad de crucero.
São Paulo es una ciudad bastante montañosa y con unas nieblas matinales densas en esta época del año, así que en breve, y previo a nuestra llegada, me tomaré un café y comenzaremos a preparar la aproximación con bastante antelación de forma que comprobemos todo de nuevo y repasemos cualquier cambio sobre lo “normal”. Últimamente estamos volando poco y todos estamos muy concienciados ante el factor del desentreno o la falta de práctica, y dispuestos a poner todos los medios posibles para que no afecte a la operación.
Ha pasado ya más de una hora desde que comencé a escribirles, y lentamente y por mi izquierda ya aparece el halo del amanecer, lejos sobre el horizonte. Me imagino que aunque es inevitable la salida del Sol, en nuestra aproximación estaremos llegando de noche aún, con lo cual no nos ayudará a levantar las nieblas, pero nos dejará en las retinas la memoria de unas imágenes preciosas. Así que miren a su izquierda en estas próximas horas porque comienza el espectáculo de luces más bonito que hay.
Una vez más, muchas gracias por volar con nosotros esta noche, disfruten del rato que nos queda, y espero volver a verlos de nuevo a bordo en nuestro próximo viaje.
Gracias


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