Muy buenas tardes, señores pasajeros,
Casi sin darnos cuenta aquí estamos ya sobrevolando La Puebla de Montalbán, en la provincia de Toledo. En un minuto aproximadamente pasaremos sobre esa magnífica ciudad y sus fantásticos edificios y monumentos que tanta historia atesoran. Llevamos 11 horas y 25 minutos consumidos desde el despegue que tan lejano parece quedar ahora mismo, desde la pista 11 del aeropuerto Ministro Pistarini en Buenos Aires. 11 horas y 25 minutos de larga y tranquila travesía en la que, aparte de algunas tormentas entre Natal y Fernando de Noroña que sorteamos, no hemos tenido ningún problema.

Son muchas las veces en que tanto a mí como a cualquiera de mis compañeros aviadores nos preguntan por si alguna vez hemos tenido alguna emergencia. Y sí, obviamente y por simple estadística a lo largo de los años siempre hay algún día de esos en que algo sale mal, pero entre mis compañeros conozco muy pocos (realmente pocos) que hayan declarado por la radio una emergencia. Y es que tal es el entrenamiento que llevamos encima que son muy pocos los eventos que nos pueden llegar a hacer sentirnos en “emergencia” de verdad. Todo aquí arriba está siempre bajo control.
Precisamente tras este vuelo y durante la semana que viene tengo programado un día de curso de refresco en el que entre el test de conocimientos, los problemas de cálculos, las charlas teóricas y la sesión de simulador pasaremos un copiloto y yo junto al instructor, unas 8 horas de formación y repaso de procedimientos.
Nos van a parar motores, enfrentarnos a trayectorias de impacto con otros aviones, fallos de computadoras de abordo, fuegos, meteorología adversa, etc. Un sin fin de creatividad por parte del programa de formación recurrente, que es oficial y obligatorio para todos de manera que podamos así poder mantener la vigencia de la licencia de vuelo. Tenemos 4 de estos días a lo largo del año y durante toda nuestra vida profesional que comienza entre los 20 y 30 años y termina cuando cumplimos 65 años. Hagan ustedes la multiplicación y verán de cuánta formación estoy hablando.

Pero aunque todo esto pueda parecer suficiente, siempre hay un factor que ningún simulador es capaz de controlar, simular o emular con eficacia. No hay en el mundo ningún aparato que sirva para prepararnos ante las consecuencias de sus actos.
Ayer estaba en la cafetería del hotel charlando con un compañero de una aerolínea norteamericana sobre de lo que siempre hablan los aviadores: aviones, convenios colectivos, destinos y aventuras del pasado. Entre las cosas de las que hablamos, me contaba que hace un mes aproximadamente (otro detalle nuestro: perdemos la noción del tiempo y algo que parece que fue ayer, realmente fue hace muchos meses) la policía de su país le trajo a pie de avión a un preso que deportaban a otro país. El personaje en cuestión estaba en la cárcel por una violación, así que era todo un mal elemento. Pero no quería regresar a su país por alguna razón propia de su condición, y justo antes de subirse al avión, hizo sus necesidades en su ropa y se untó de sí mismo en la puerta del avión.
No hay nada ni nadie que nos forme ante estos tipos de sucesos. Es ahí cuando sale el sentido común y la personalidad de cada uno de nosotros para tomar la decisión más acertada valorando siempre todos las variables que rodean a la situación.
Volviendo a las paradas de motores, si ahora mismo se nos parase alguno de estos Rolls Royce, no tendríamos problema alguno porque ya se ven las torres de la Castellana por nuestra izquierda y al fondo. Una parada de motor es algo muy poco común, pero que tenemos tan interiorizado que su práctica es una pura rutina en la que los brazos se nos van directamente a donde tienen que ir, el proceso mental está muy interiorizado y casi sin darnos cuenta, estaríamos aterrizando en Barajas con el motor apagado y sin mayores consecuencias para la operación ni la seguridad.
Pero cuando el problema es un humano del que no sabemos por dónde va a reaccionar ni en qué momento ni con qué intensidad, no importa cuántos simuladores ni cuántos estudios o cursos se tengan en el currículum. Es la sabiduría que dan las miles horas de vuelo, los muchos encuentros con este perfil de pasajero y sus muy variadas manifestaciones, las que aportan al piloto al mando de una aeronave la herramienta más deseada por todos los jóvenes pilotos y más apreciada por los empresarios de la aviación: “el colmillo”.
Ya estamos enfilados con la pista 32 izquierda, el viento viene un poco de la derecha, así que vamos corrigiendo mientras sacamos los flaps y el tren de aterrizaje. Configuramos el avión para el aterrizaje y en 2 minutos estaremos saliendo de la pista de camino al parking asignado hoy, que está un poco lejos del control de pasaportes, pero nos vendrá bien a todos caminar un poco tras tantas horas sentados.

Bienvenidos a Madrid, a España. Muchas gracias por usar nuestras alas y hasta el próximo vuelo.


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