Muy buenas tardes, señores pasajeros,
Hace tan solo unos minutos estábamos sobrevolando la ciudad de Toronto. Desde los casi 10 kilómetros y medio a los que estamos se veían con total nitidez todos los grandes rascacielos y edificios de esa tan bonita ciudad, mientras la sombra de nuestra estela se veía proyectada sobre el terreno y el agua, ya que el sol lo teníamos a nuestra espalda. Lo cierto que es uno de esos destinos donde hace muchos años volábamos con regularidad e incluso de pequeño visité con mis padres, pero hoy en día la tengo en la lista de pendientes por visitar de nuevo.

Pudimos ver las avenidas, los barrios de viviendas que rodean el centro de la ciudad, el puerto, el aeropuerto y la costa del lago Ontario. A nuestra derecha incluso vislumbramos durante un breve espacio de tiempo las curvas del rio Niágara y las Cataratas que levantaban esa característica niebla constante alrededor de la zona.
Todo esto ocurría mientras en la radio no parábamos de oír el característico y constante sonido de las llamadas entre controladores y aviones de todas las grandes aerolíneas que volamos hacia el este; nosotros nos encaminábamos hacia la península del Labrador y el noreste de Canadá para comenzar el cruce el Atlántico y así llegar mañana por la mañana a nuestros destinos europeos. Cada noche cientos de vuelos hacemos esto. Y es lo normal.

Vamos con una fuerte corriente de viento en cola que nos hará llegar a Madrid antes de hora, tan solo unos 10 minutos, pero será lo justo para evitar el fuerte tráfico de entrada en Madrid que hay a diario a esas horas, así que llegaremos antes a casa. Hace un ratito me di una vuelta por el avión y estaban ustedes aún casi todos despiertos y disfrutando del entretenimiento a bordo de las pantallas de los asientos. Y entonces me vino a la mente la frase que tanto he dicho últimamente: ustedes no son solo pasajeros, son historias. Cada uno de ustedes es una historia, a veces trágica o triste y la gran mayoría de las veces es un historia bonita. Sea como sea nosotros siempre formamos parte de esas historias con nuestros vuelos.
Hace tan solo unos día di una charla a unos alumnos en el Colegio Mayor de Deusto. Eran alumnos que estudian para ser profesionales en muchos campos pero ninguno se preparaba para ser piloto, aunque yo no iba a allí a “vender” mi profesión. Me invitaron para hacerles llegar todo esto que es nuestro mundo aeronáutico desde la cercanía de una mesa y la total libertad para charlar abiertamente y sin prisas. Tras una breve presentación les conté cuál ha sido la historia de mi vida como piloto, los aviones que he volado y qué es lo que vuelo ahora mismo. Posteriormente fueron ellos los que, entre sus muy interesantes preguntas, y todas mis respuestas, consiguieron hacerse una idea de lo que supone formar parte de esta familia aeronáutica.
Cuando acabé la charla y ya me iba para casa caí en la cuenta de un detalle, y es que para el pasajero normal volar es solo un medio de transporte; desde el momento en que se sienta frente al ordenador para comprar un billete, el viajero está rodeado de limitaciones y normativas, de colas en controles de seguridad o tratando de acomodarse en un asiento, pero pocas veces piensa en quienes van adelante del todo, en aquellos, los pilotos, que le llevan hacia su destino.
El foco de atención se pone en el avión y la tripulación que finalmente cierra el círculo del viaje, en especial esos pilotos que están ahí encerrados en las cabinas que a veces hablan por los altavoces y casi nunca ven.
Estamos en ese punto mágico del día en el que el sol ya se ha puesto por el oeste y aún queda luz sobre este lado del planeta, una luz grisácea que se acentúa hacia el negro según volamos hacia el este y vemos ya la línea del horizonte a lo lejos que separa el banco de las nubes y el negro del espacio y la noche. Las primeras estrellas ya aparecen a nuestra vista al igual que la luna alta y llena. A veces aparecen unas luces que parecen moverse mientras tintinean y causan cierto revuelo entre los que desconocen de que se trata: son los satélites de las diferentes constelaciones que están en órbitas bajas y reflejan la luz del sol sobre sus paneles hacia nosotros.

Ya tenemos la autorización para atravesar el océano. Durante el vuelo nos cruzamos varias veces con otros aviones cuyas rutas van en diagonal a la nuestra, pero todos hacia el este, en un ratito saldrá el sol y estaremos sobre Oporto de camino a Zamora, Ávila y finalmente Madrid. Un Madrid frío a esas horas de estas mañanas primaverales, pero despejado y con una visibilidad casi infinita.

Mientras todo esto llega, mi compañero y yo vamos a aprovechar para tomarnos otro café y seguir charlando sobre los últimos acontecimientos en la política española que están muy interesantes. Sigan ustedes disfrutando de esta calma que, a priori, nos acompañará hasta que lleguemos a la Península Ibérica donde quizás tengamos algo de turbulencia ligera a la altura de Zamora, pero será breve y de poca intensidad.
Como siempre, muchas gracias por usar nuestras alas y esperamos volver a verles de nuevo en nuestro próximo vuelo.


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