Buenas y tranquilas noches.
Una vez más aquí estamos… sobre el Mar Caribe…con rumbo al Atlántico y a casa…
Es de noche, amanece la Luna por el horizonte a nuestra derecha sobre una lejana capa de nubes rojizas y se me ocurre que esto parece normal.
Desde los primeros inicios en este mundo del vuelo, ya desde las primeras horas en la avioneta, se nos enseña a hacer las cosas de una manera, y solo de esa manera. Es un método de aprendizaje en el que prima la búsqueda de una excelencia en la seguridad basada en la fe en los procedimientos y los conocimientos físicos de lo que se hace y porqué se hace.
Según pasan las horas de vuelo, y la complejidad de la operación aumenta- vuelos nocturnos, malas condiciones meteorológicas, bimotores… – siempre se nos recalca con el ejemplo y la doctrina, que el procedimiento es el mejor salvavidas y protección ante el accidente.
Un paso más hacia la vida profesional, y ya en el ejercicio de la misma, empezamos a sentir que dentro del caos que suponen estos horarios y turnos, existe una normalidad. Aparece en nuestras vidas una cotidianidad y/o rutina que creo que son dignos de estudio.
Entramos en un bucle de trabajo-descanso en el que sin querer podemos perder la noción de la realidad tan especial que vivimos. Y cuando hablo en plural, es que hablo de “nosotros” el personal de vuelo , y en parte también, ustedes los pasajeros.
¿Qué nivel de normalidad se le puede dar al acto de meternos en un tubo metálico, y hacer que adquiera una velocidad vertiginosa manteniéndola durante horas, lejos de la superficie de nuestro planeta para trasladarnos a cualquier lugar del mundo, con unos niveles de comodidad dignos y saludables?
No podemos perder la perspectiva real de lo que hacemos: estamos cruzando un océano 8 veces al mes, Europa es un patio trasero donde vamos y volvemos en el día, a cualquiera de sus esquinas. Sudáfrica está a una noche de distancia y el Sol Naciente se alcanza en una jornada… ¿Realmente es normal vivir con este ritmo de kilómetros en el cuerpo ?
Yo, sinceramente, creo que no es normal, y hasta debe ser nocivo para la salud, pero como todo lo malo y lo prohibido por los médicos, es muy divertido y placentero.
Cuando volaba avionetas me gustaba ir a una ciudad cercana a cenar y regresar de noche. Volando aviones de corto radio recuerdo la buena sensación de cenar unos pinchos en Bilbao, cuando había desayunado en Santiago y comido en Málaga. Y por el camino interactuar con muchas personas, controlar el avión y formar parte de un equipo con una misión.
Ahora ya en la «élite» de la aviación comercial, me gusta la sensación de acabar la jornada de trabajo cuando el resto del país se pone en marcha, saber que mientras otros descansan o disfrutan de un Sábado con amigos, aquí estamos nosotros a punto de empezar a cruzar el Atlántico, gestionando economía, confort y puntualidad para ofrecerles a ustedes lo prometido al salir de Panamá.
No es normal y lo sé. A veces se nos puede olvidar, entonces es cuando hago un ejercicio de desnormalizar la realidad: observo y disfruto cada minuto y cada fase de los vuelos, saboreo cada despegue, aterrizaje o cruce de meridianos, porque tengo claro que aunque me quedan muchos por hacer, esto se acaba el día que cumplimos cierta edad.
No es normal… no lo olviden, es magnífico y fantásticamente especial.


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