Muy buenas noches de nuevo tras una parada de casi un mes.

Una vez más, aquí estamos… sobrevolando Point a Pitre de camino a Madrid. 36 mil pies, viento en cara y todo el Atlántico por delante. Nuestros dos motores están funcionando perfectamente y el resto del avión igualmente opera con total normalidad.

Este periodo de vacaciones que ha terminado ha sido el primero en mucho tiempo en el que he conseguido estar bastante alejado del mundo aeronáutico, y me ha permitido tomar distancia, para ver las cosas desde otra perspectiva que tenía algo olvidada.

Somos tremendamente afortunados por todo lo que esta profesión nos ofrece. Amaneceres increíbles… las Auroras Boreales… ver la Tierra “desde arriba”… conocer personas y culturas de las que normalmente solo parecen existir en los libros… ver las riquezas de este mundo y las pobrezas y miserias humanas más conmovedoras. Este estilo de vida hace que saboreemos lo cercano mucho más y le demos un gran valor a lo que absurdamente despreciamos por ser algo “normal o cotidiano”.

Tiempo en familia, amigos… y tiempo en casa. Planes que por falta de tiempo retrasamos día tras día, llamadas de teléfono pendientes… Hábitos normales.

Y tras ese paréntesis vital, aquí estamos, una vez más, haciendo lo que más nos gusta y para lo que tanto hemos estudiado. Estamos preparando el cruce, recabando los datos de meteorología de aeropuertos alternativos en la ruta, informando a la Compañía del estado del avión, confirmando comunicación con centros de control, solicitando la autorización oceánica, todo lo normal que hacemos en estos vuelos. Pero no es normal, es mágico, maravilloso e inolvidable: en un breve lapso de horas estamos haciendo lo que a Cristóbal Colón le costó meses de travesía y aventura.

Los días anteriores a este vuelo estuve recopilando toda la información nueva, que ha cambiado en estas semanas. Siempre hay modificaciones, algunas sutiles y otras de mayor calado, la aviación es un mundo muy dinámico y vive con constantes cambios que requieren un estudio y reciclaje permanentes. Como decía, estuve poniendo al día la documentación y los nuevos procedimientos en mi cabeza de manera que ayer cuando llegué a volar estaba seguro de que lo llevaba todo bien atado. O eso quería pensar, porque la realidad es que la humildad es alta y siempre hay que mantener un nivel de temor al error propio que ayuda a buscar la forma de evitarlo.

Y así amaneció ese primer día… tras bastantes sin acercarme a un avión, y en el momento que empecé a ponerme el uniforme se disiparon todas las dudas. La música de las listas de chequeo sonaba en mi cabeza como si nunca las hubiese dejado de oír, las manos se me iban a los interruptores sin pensarlo, los datos y el orden en los procedimientos aparecían automáticamente. Esto lo dan las muchas horas de entrenamiento y el propio ejercicio del trabajo.

Pero sí que hubo un momento especial de reencuentro con el vuelo. Haciendo la inspección exterior del avión en Madrid, caminando bajo por la plataforma iba mirando los detalles que hay que observar previo a cada vuelo…y  de repente noté que los pelos de mis brazos se levantaban cuando, al acercarme al aluminio, mis dedos rozaban la fría textura de su “piel”.

Cuando está aparcado, tan calmado y silencioso,  parece dormir… pero solo los que convivimos con ellos sabemos de esta comunicación tan intima entre el piloto y su avión.

Una noche más desde la cabina y esta vez con un vaso de leche y unas galletas, les saluda y agradece su compañía en este vuelo, su comandante.