Muy buenas noches: una vez más se hace la magia…
Llevamos más de nueve horas de vuelo nocturno y al reducir la intensidad de las luces de cabina y mirar ahí fuera, nuestros ojos se adaptan a la oscuridad y empiezan a aparecer cientos, miles, millones de lucecitas… estrellas que parecen con su tintineo mirarnos desde lejos.
Abajo pasan las ciudades y pueblos de este inmenso país que es Brasil, y por allí a mi izquierda veo el constante brillar de la luz de punta de plano sobrepuesta a una fina línea que ya empieza a separar el horizonte entre la Tierra y el cielo.
Empieza a amanecer, otro día más, otra fortuna más que disfrutar y vivir. La radio se empieza a animar… somos pocos los vuelos que estamos por aquí y ya comienza la actividad matutina en las grandes ciudades y aeropuertos de la zona.
Hace unos minutos Victoria se veía a lo lejos a nuestra izquierda, en la costa, y en la oscuridad de la noche aún tenemos delante a una de las ciudades más mágicas que hay en toda Sudamérica. La línea de luces que ilumina Ipanema y Copacabana es inconfundible, la bahía, Galeao, la Lagoa y millones de luces de la gran ciudad…
Llevamos recorridos poco más de 6000 kms y prácticamente no nos hemos movido a lo largo de todo el vuelo. En la zona del Frente Intertropical, al norte de Pernambuco, nos desviamos unas 50 millas para evitar unas células bastante fuertes, y conseguimos que no se moviera nada. Aún nos quedan 18 toneladas de combustible y volamos a casi el techo del avión: 40 mil pies ( 12190 m)
Siempre que sobrevolamos estas zonas tan habitadas, me pregunto cuántas vidas e historias se están hilvanando ahí debajo ajenas a nuestro fugaz paso sobre sus cabezas. En la calma de la noche casi 290 pasajeros duermen en su gran mayoría después de cenar y ver alguna película. La mayor parte uruguayos que regresan a casa tras un tiempo fuera.
En otro orden de cosas, recuerdo que hace tiempo les hablé sobre el instrumento de vuelo más importante: el piloto. En un mundo tan tecnológicamente avanzado con tantos sensores, calculadores y conexiones , parece mentira que a fin de cuentas lo más importante siga siendo el ser humano y sus sentidos.
El cambio de sonido de los motores, un ruido nuevo, una carencia interrumpida de cualquier sonido, un olor diferente, una vibración en los mandos de vuelo, un breve descenso o ascenso de duración mínima, cambios en el brillo de las pantallas y en el gris de una nube mientras parece que vamos saliendo de ella, y un largo etcétera de circunstancias y hechos que no nos resultan desapercibidos…
Definitivamente el uso de los instrumentos se asimila fácilmente, pero es ese “otro aprendizaje”, tras cientos de horas de vuelo, el que hace que podamos estar a bordo tranquilamente y en cualquier parte del avión, y sentir todos los cambios.
Hace unos días de repente nos llegó a la cabina un fuerte olor a quemado, pero no era cable quemado o papel. Era un olor más gastronómico que otra cosa, olía a “comida quemada”.
Efectivamente a los pocos segundos nos saltó la alarma de humo en un lavabo. Las primeras veces que ocurría esto me daba un vuelco el corazón, pero ahora ya no tanto porque han conseguido reducir la incidencia de esos vapores. Resumiendo, cuando se da la casualidad de que se abre uno de los hornos del galley delantero y a la vez entra o sale algún pasajero del aseo que está próximo, los vapores del horno activan la alarma detectora de humos en el lavabo. La nariz nuestra a veces es más rápida que el sensor y nos previene de lo que puede ocurrir.
Ahora es Florianapolis la que aparece ahí delante, poco más allá Figueiras, Canoas, Pelotas y ya comenzaremos el descenso hacia la pista 24 del aeropuerto de Carrasco, nuestro destino: Montevideo.
Muchas gracias una vez más y hasta la próxima.


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